Que yo me acercase ayer a esta película tiene un sentido perfectamente lógico. Hace casi tres años, en uno de los actos más masoquistas y autodestructivos de mi vida, decidí leerme 'A Tres Metros Sobre el Cielo'. Por aquel entonces el fenómeno Moccia aún no había explotado y yo había escuchado que aquella novela fue un fenómeno en Italia, donde -sin estar publicada- los estudiantes universitarios la fotocopiaban y se la pasaban unos a otros. Curioso cuanto menos, el libro terminó resultado uno de los peores que jamás me había leído. Escrito como el mismísimo culo, solo se salvaba la última página. Pero en aquella época yo necesitaba leer.

Sorpresa la mía que también había una película del 2004 basada en aquel infierno de palabras, con guión del mismísimo Moccia. Dios, en su inmensa sabiduría, quiso que no encontrase unos subtítulos apropiados para verla. Pero tres años después todavía tenía yo el gusanillo por verla y resultó que mi propio país la había vuelto a adaptar. Imagino que todavía tendrá que adaptarla Francia, Países Bajos y Zambia si es necesario. O lo que es peor... que la adapte Estados Unidos.

Fernando González Medina, director español que se apropia descaradamente de las formas de Michael Bay, nos regala una película testigo de la época que vivimos: Step Hache y Babi son fiel reflejo de la generación Tuenti que la (red)sociedad está criando, descerebrados consentidos que han renunciado a su facultad de razonar, prepúberes cuya única responsabilidad en esta vida es ver si salen bien en las fotos y comentarlo en clase vía BlackBerry Chat. No hay un solo personaje en la película con algo de madurez, quizás el único que se salve de la quema es el hermano interpretado por un sosísimo Diego Martín. 

Las figuras adultas, quien deberían de transmitir esa voz de la conciencia o de sabiduría, quedan anuladas por la estupidez; aunque también son fiel reflejo de los tiempos que corren: unos tiempos en que no le puedes levantar la voz al adolescente porque es él quien te denuncia y quien le ampara la ley. Supongo que todo será cuestión de generaciones y educación. A mí, simplemente, no me entran en la cabeza todas las tonterías que ocurren en la película -ni las contestaciones que los niñatos sueltan a sus adultos, por supuesto- porque mi padre ya me hubiera cruzado la cara en el minuto 3 (y los créditos comienzan a salir en el 4, fin de la historia).


Mario Casas es la figura del estudiante e hijo perfecto que, en tan solo quince segundos, se convierte en el mismísimo Anaquin Skywalker que, carcomido por la ira, iniciará su tránsito por el lado oscuro de la más pija de las Barcelona. Consentido por Moccia y por Ramón Salazar (guionista español), todo hubiera acabado si a ese niñato en vez de pagarle la fianza lo mandan un año a la cárcel. Iba a ver ahí a quién se le ponía chulo. Por la parte del cromosoma XX, María Valverde es la representación de la insensatez a la máxima potencia. No es un personaje estúpido como el resto, pero sí lo bastante tonta como para dejase influenciar demasiado por una amiga descerebrada (que le parece bien que la desplumen en su primera cita, por cierto) y por su hermana pequeña (una Nerea Camacho a quien debería retirarle el Goya que posee), cuyas neuronas se ven inutilizadas por culpa de Disney Channel.

Si esta historia la hubiera adaptado Clint Eastwood (o Rosellini, puestos a exagerar) lo primero que hacen es matarle a la novia y después pegarle dos hostias, para que se enterase bien lo que es crecer en la vida. El detonante del cambio del personaje de Casas es, simplemente, que no le quieren. ¡Pobrecito! No son las consecuencias de inflar a ostias a más de un personaje, no son las consecuencias de extorsionar a una profesora, no son las consecuencias de la muerte de su mejor amigo. NO. ¡Es que María Valverde no le quiere! Moralmente, al señor Salazar le debería haber dado vergüenza firmar tal libreto.

Para finalizar y no torturaros más, quisiera finalizar comentando lo que más me preocupa. Lo que más me preocupa es que esta película la viesen 1.524.242 de toxicómanos de las redes sociales y que, a día de hoy, a Mario Casas le chillen por la calle en vez de lanzarle un ladrillo a la cabeza. Pero no os preocupéis niñas, en dos años tendréis secuela. Seguid tomando de modelo de vida la que llevan Hache y Babi, seguid haciéndoos fotos cuasi-pornográficas y subidlas al Tuenti, ¡contestadle a vuestros padres con rebeldía porque ellos no se preocupan porque tengáis un futuro estable! Y, sobre todo, no dejéis de comprar la preciosa edición en DVD con un exclusivo pañuelo para que os frotéis con él mientras Mario Casas os eleva a tres metros sobre el cielo...